La Universidad de Buenos Aires cumple hoy 200 años y en el contexto de los festejos por el bicentenario, sus distintas unidades académicas presentaron logos conmemorativos con la frase “200 años formando futuro”. Nuestro sistema educativo es un motivo de orgullo y justamente por eso es que debemos ser capaces de valorarlo y defenderlo. Esto implica, entre otras cosas, poder ver sus fallas y señalarlas, manteniendo una mirada crítica que apunte a construir una mejor educación, más inclusiva y situada con respecto a nuestrxs intereses y necesidades.
En la Facultad de Psicología recibimos una formación muy poco actualizada en muchos aspectos. En la mayoría de las cátedras tenemos programas y bibliografía que no se actualizan significativamente desde hace más de 20 años, como si en las últimas décadas nada hubiera cambiado. Y sin embargo, vivimos una época de fuertes transformaciones sociales en la que los movimientos de grupos minoritarios comienzan a hacerse oír. La influencia social de estas minorías activas va de a poco modificando nuestras subjetividades hacia formas más diversas y menos estereotipadas. Y esto es algo que, paradójicamente, desde el discurso oficial en algunas cátedras de nuestra facultad, no solo hay que resistir sino también combatir activamente. Por ejemplo, la cátedra II de Psicopatología (titular prof. Schejtman), en su revista digital Ancla, nos hace referencia a esto explícitamente: esta ancla “nos propone un firme amarre en medio de la turbulencia”. Y no lo deja librado a nuestra interpretación, sino que indica textualmente en su primera publicación, ¿Género o sexuación?: “Frente a la dilución de lo real de la diferencia sexual en el continuum más o menos indiferenciado de los modos de gozar contemporáneos, y el amansamiento del malestar del sexo por el sentido común, diseminado hasta el hartazgo por el progresismo de moda -especialmente aquel de los gay and lesbian studies, gender theory y queer theory– que llega a infiltrar ciertos “enfoques psicoanalíticos”… la sexuación, que no exime al ser que habla de la responsabilidad por una elección siempre patológica e ineludible…” Viendo las publicaciones de la cátedra de Psicopatología II, se entiende claramente cuando se dice que desde Psicología de la UBA se patologizan las transiciones de género o se piensan como perversiones las prácticas sexuales que se “desvían” del coito con fines reproductivos, tal como denuncia la nota “Schejtman y el remake de la patologización de la diversidad sexual”, publicada el 7 de octubre de 2016 en La Izquierda Diario. ¿Podemos tan solo imaginar las consecuencias e implicaciones clínicas que esto tiene? ¿Esta es la formación que queremos?
Otro problema igualmente preocupante que comprobé repetidas veces en las cursadas es la fuerte endogamia que caracteriza a la mayoría de las cátedras, que además funcionan en forma verticalista a la manera de “feudos”. Lxs docentes tienen temor de expresar sus ideas u opiniones y a lxs estudiantes muchas veces no nos está permitido volcar ideas propias o citar a otrxs autorxs en los trabajos de elaboración personal. Necesitamos poder participar activamente en la generación de conocimiento, interpelando y cuestionando libremente sin temor a ser sancionadxs por pensar algo de manera diferente, porque justamente así es como se construye el conocimiento, de manera colectiva. Como estudiantes y como docentes no debemos permitir que exista tal discurso “oficial”.
Está claro que desde muchas materias con orientación psicoanalítica la propuesta es quedarnos ancladxs en El Psicoanálisis (con mayúsculas) hegemónico, sin posibilidad de revisar o reformular la teoría psicoanalítica, releyendo y reinterpretando los mismos textos “sagrados”. Pero esto no es privativo de alguna escuela o de ciertos enfoques en psicología. En una de las primeras materias del plan de estudios, Psicología Social (cátedra del prof. Wainstein, hasta el cuatrimestre anterior), se realiza un abordaje de “la familia” desde una perspectiva sistémica, la cual puede aportar un enfoque interesante. Lo que no me parece apropiado es que, por un lado, se presente como único abordaje y, por el otro, este enfoque sistémico traiga adosada una conceptualización de familia cuyo principal (y pareciera obligatorio) objetivo es la crianza de hijxs. Actualmente, comienza a separarse el concepto de familia del contexto de matrimonio (y no ya de la unión heterosexual, sino de cualquier unión de pareja), de la convivencia bajo un mismo techo y de la procreación. Es decir, se ha producido un profundo cambio en los fundamentos y principios que han identificado y definido el concepto de familia durante mucho tiempo. La diversidad de género y sexual que se defiende desde lo individual se extiende a los vínculos. Las familias también exigen su derecho a ser diversas. Necesitamos que en nuestra formación se pueda pensar una familia más allá de la “familia nuclear de la modernidad”. No poder pensar como familia a una trieja (unión de “pareja” constituida por tres personas) sin hijxs no constituye un mero “prejuicio sutil”. Esta discriminación se plasma, por ejemplo, en no contemplar la inclusión de ciertas familias diversas en planes sociales familiares por no considerar que cumplan la condición de familia. ¿Cómo es que permitimos que en la Facultad de Psicología de la UBA nos formen con esta concepción de familia que es más bien una “familia para la concepción”? De alguna manera, sostener que la función primordial de la familia es la crianza de hijxs está íntimamente relacionado con sostener que la finalidad de la sexualidad humana “normal” es la reproducción de la especie o que la maternidad es la máxima realización de una mujer. ¿Qué profesionales de la salud seremos si estas concepciones subyacen a nuestra escucha clínica?
Sin ánimos de menospreciar lo que tenemos, porque muchos países no cuentan con el derecho a una educación pública y gratuita, me parece que es una buena oportunidad para reflexionar sobre la formación que recibimos en la Facultad de Psicología. Cada vez somos más lxs que identificamos estos problemas en nuestra formación, pero necesitamos que nuestras voces sean escuchadas. Para eso, es fundamental y apremiante que nos involucremos activamente en la política universitaria. La situación naturalizada en nuestra facultad es escandalosa: tenemos una única lista de profesorxs que se perpetúa a partir de ejercer violencias de todo tipo, tales como el silenciamiento literal de voces disidentes en asambleas, las irregularidades en los llamados a concurso que no permiten el nombramiento de profesorxs titulares que puedan integrar nuevas listas, e incluso la decisión arbitraria de no oficializar a la primera lista opositora en décadas conformada recientemente, decisión basada en el Estatuto de 1960, que desconoce el Reglamento de 2019 (Elecciones en la Facultad de Psicología: reclamos por la impugnación de una lista opositora, 29/05/21, Página12). Solamente a través de la recuperación democrática se puede pensar una refundación académica para empezar a construir entre todxs una Facultad más plural, en la que sí podamos sostener con orgullo la frase “formando futuro”.
* Profesora (FCEyN, UBA), Investigadora Independiente (CONICET) en el área química y estudiante de Psicología (UBA). mercedesp@qi.fcen.uba.ar
Nota también publicada en Notas Periodismo Popular.
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