top of page

Los analistas cancheros, el beboteo y los dólares

  • Roberto Salazar
  • hace 54 minutos
  • 5 Min. de lectura
ree


Roberto Salazar hace eco de los planteos realizados por Pablo Tajman en un artículo anterior sobre los dichos de Chinaski y la instagramización de los semblantes de los analistas y el marketing digital y agrega “quizás podríamos plantearnos algunas formas de lo común, frente a la inmunidad a la que nos obligan las pantallas individuales de nuestros teléfonos.”


por Roberto Salazar *



Tengo ganas de prolongar un par de artículos publicados por la Revista Froi recientemente: el de Pablo Tajman sobre un tal doctor Chinaski (al que el algoritmo me habrá dirigido un par de clips en su momento) y uno propio sobre la IA, aunque mi lectura es que en ambos un poco se habla de lo mismo: ¿Cuál es el semblante que empezamos a construir los analistas hoy? ¿Qué consecuencias tiene?

Empiezo por lo de Tajman y Chinaski, que me hizo recordar a un viejo profesor de mis tiempos de residente. Un tipo inteligente, sumamente despierto en la observación clínica, y que aún sigo considerando un muy buen analista. Y uno machirulo, porque lo que recordé fue que decía, un poco en broma y un poco en serio, que los analistas no debíamos nunca hacernos publicidad. Que debíamos operar solo a través del boca a boca, que en el manejo con nuestros pacientes debíamos ser “como las putas”. O como una buena puta, una fina, algo así bien desagradable decía, pero que entonces a los residentes nos daba risa. Lejos estoy de estigmatizar el trabajo sexual, pero un poco pienso en lo que señala Tajman: algunos analistas, bajo la lógica de las redes sociales, empiezan a encantar, a venderse a sí mismos, ya no solo con la palabra, sino con la imagen. A seducir, dice Tajman. La imaginarización de la presencia del analista como una suerte de reverso epocal al borramiento corporal freudiano, en donde el analista hablaba como si fuese la voz de Yahvé.  Hoy viene en ascenso el analista canchero, copado, suelto de lengua, casi un streamer. Ese que se viste con remeras negras de bandas de rock, zapatillas Air Jordan, lleva barbita recortada y usa gafas hipsters. Y que bebotea, que mira a la cámara, se muerde el labio y se ríe fácil.  Los analistas “serios”, vestidos con cardigan, con cuellos de tortugas de colores neutros, de ceño fruncido y sonrisa irónica, no van más. Quedan fuera del algoritmo. 

Nada de nostalgias: no es tanto lo que podemos hacer ante la deriva por la imagen, por hacer todo “instagrameable”, como dice Tajman. Estamos más cerca de conducir nuestros análisis encima de una cómoda silla de gamer que volver a usar camisas de cuadros o stillettos en el consultorio. Mucho más desde que atendemos online: a lo sumo un bucito tejido sobre el pantalón de piyama, cual ancla de telenoticiero. Pero ciertamente no lo es todo la facha: es el despliegue, los gestos, el desenfado, la pretendida autenticidad. Si el futuro del psicoanálisis sigue siendo lacaniano, será menos por lo que dijo Lacan sino por cómo lo dijo, pues estamos en una época de sofistas. Sofistas a lo Barbara Cassin, en donde en todo caso la performance y las audiencias son elementos que nunca se deben subestimar. Lo central no es que los modos de hacer semblante para un analista fuera del consultorio hayan cambiado mucho, sino que nos los han sabido imponer: nunca dimos una discusión, en ese hipotético campo endógeno de “los analistas”, sobre cómo podríamos llegar a publicitarnos, cómo podríamos hacer circular el psicoanálisis sin bastardear el conocimiento, cómo podríamos ocupar otros semblantes que no fuesen los de antes de los 90, época del fin de los grandes maestros. En resumen, nos viene faltando ese savoir-faire de aggionarnos controladamente a la época, y no que la época nos aggiorne a las trompadas.

Evidentemente, en general, nadie se “actualiza” a tiempo, y la tenemos que correr de atrás. En ese sentido empiezan a circular cada vez más (o por lo menos a mí, que no debo ser ningún avispado) estas publicidades en redes sociales para psicólogos que te invitan a conseguir pacientes que realmente paguen “lo que uno vale”. Casi todas tienen la misma cantinela: “¿Cansado de tener la agenda llena de pacientes e igual no te rinda la plata? ¿Estás todo el día laburando y te sentís abrumando, desmotivado? ¿Cansado de que todo el conocimiento que tenés no se vea reflejado en tus expectativas económicas? ¿Querés atender pacientes en el exterior, con alto nivel adquisitivo, ganando hasta diez mil dólares al mes?”. Listo, el bait (anzuelo) está echado: somos unos boludos que no estamos ganando en dólares atendiendo pacientes en Europa o EEUU, que trabajamos por cuatro mangos, que estamos atrapados en un ciclo de precariedad sin fin, que basta con despabilarse y empezar a mostrarse en redes, a publicitarse, a vender cursos, a hacer podcasts y a segmentar audiencias para buscar clientes (ya no pacientes) de “alto valor”. Que le hayamos rehuido tanto tiempo a la idea de “mercadearnos” les despejó el camino a los taimados del marketing digital. Algunos ni se esfuerzan demasiado, y salen al frente de la manera más burda, como la siguiente imagen:



ree


Toca hacerse cargo: es cierto que los flujos del Capital nos rebasan a todos, pero dejamos de disputar lugares simbólicos, nos desentendimos de cierta reflexión sobre la práctica profesional fuera del consultorio, nos acomodamos en una absurda ingenuidad anti-mercantil, dimos por sentado que ciertos discursos caerían por efímeros y nos terminó faltando “calle”, “polenta” o, como diría mi viejo profesor, “burdel”. En el apuro por cerrar esa brecha, por darle vuelta, se lanzaron primero los colegas más vivos, los más desvergonzados, como es casi siempre. Puede que todavía tengamos un margen para pensar cómo hacer un relevo, si es que vendrá alguno: aprenderemos a armar un semblante más o menos colectivo que, sin socavar lo singular, esté a la altura de nuestra práctica, o no. O terminaremos en la más absoluta banalización, señalándonos entre nosotros mismos, un poco como hace Tajman y como hago yo. 

No existe, la verdad, un nosotros. Solo es una conjetura. Pero si existiera, si existiera al menos por necesidad, por no querer terminar sustituidos por alguna IA, por no querer terminar hablando ligerezas de nuestros pacientes en un podcast, por no querer terminar haciendo análisis en un mal inglés para ganar “en divisas”, por no querer quedar atrapados (y con más pacientes que nunca) en una creciente irrelevancia profesional, quizás podríamos plantearnos algunas formas de lo común, frente a la inmunidad a la que nos obligan las pantallas individuales de nuestros teléfonos. Y de nuestros propios consultorios. Se sale por arriba, por supuesto, pero lo difícil es saber dar el salto. Una pista, quizás, la extraigo de la propia observación de Tajman sobre los analistas cancheros. Creo que no se trata de eliminar esa seducción sino de redirigirla. No es solo hacia afuera, hacia los clientes-pacientes-alumnos: es también hacia adentro, hacia los pares, hacia los colegas, hacia ese colectivo que aún no existe. El viejo affectio societatis, ya no reducido a la insuficiente organización de las Escuelas, sino como un reencuentro libidinal en nuestras obligaciones compartidas. Ahí ya será lo de menos elegir entre llevar campera de cuero o cardigan. 

 
 
 

Comentarios


© 2023 by FROI

bottom of page